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- Las mejores catedrales góticas.-LUCIO.
- Las catedrales góticas.
- El Paleolitico superior.
- El Paleolítico Inferior, entre el 800.000 y el 80....
- Cueva de Altamira.
- El Neolítico.
- El arte rupestre en la Península Ibérica.-Lucio.
- ANALISIS DEL CUENTO- " LA INSOLACIÓN ".
- Biografía y cuentos de Horacio Quiroga.
- CUENTO. " LA INSOLACIÓN ".
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jueves, 29 de abril de 2010
Las catedrales góticas.
A pesar de considerar tradicionalmente la época medieval como un momento de crisis, durante la Plena Edad Media se pone de manifiesto en Europa un importante renacimiento agrario, mercantil y urbano. Esta expansión económica se produce de manera paralela a una profunda renovación cultural, renovación que fundamenta la iniciación del estilo gótico, que ha de caracterizar el arte de la Baja Edad Media.
Estas importantes transformaciones tendrán, como es lógico, su reflejo en la Península Ibérica, estrechamente vinculada a las grandes corrientes económicas, políticas, sociales y culturales que se viven en el Continente.
En la ciudad medieval europea, el edificio que representa la vida y el espíritu urbanos es la catedral. En su construcción va a participar todo el entramado social. La catedral es la iglesia en la que el obispo tiene el asiento, la cátedra, convirtiéndose en la principal iglesia de la ciudad y su entorno. Por esta razón, buena parte de las construcciones catedralicias tienen como principales promotores a los obispos, deseosos de dejar su huella en la Historia con la edificación de un magno lugar dedicado a Dios.
El solar en el que se alzaba la catedral ya había sido un lugar de culto, al albergar generalmente un templo anterior. El obispo o el cabildo solicitaban la intervención de un arquitecto, que daba las trazas y calculaba los costes de unos trabajos que habían de durar muchos años, siglos en ocasiones. La belleza de las proporciones, la armonía y el equilibrio iban a definir la perfección de la construcción gótica.
El esqueleto arquitectónico de la catedral presenta una notable altura, que se obtiene gracias al empleo de arcos apuntados y bóvedas de crucería. Estos arcos se apoyan en pilares adosados al muro de la nave central, trasladando los empujes generados a los contrafuertes externos.
Sobre el contrafuerte se colocan los pináculos, remates puntiagudos que con su peso fijan los contrafuertes, al tiempo que acentúan el perfil ascensional de la construcción. A nivel superior, otros arbotantes hacen de tirantes y anulan la presión del viento sobre los muros de la nave central.
Tanto las bóvedas como las paredes exteriores pueden ir calándose, sin mermar la solidez de la fábrica. Los grandes ventanales que horadan los muros, cerrados por amplias y polícromas vidrieras, permiten crear un espacio lumínico que enlaza con las nuevas teorías espirituales. Según éstas, "Dios es luz, con Él no hay oscuridad alguna". De esta manera, la catedral se transforma en un microcosmos cargado de símbolos, en el que la coloreada luminosidad de su interior evoca la Jerusalén celestial del fin de los tiempos. En el exterior, los pináculos y las torres proyectan nuestra mirada hacia el cielo, configurando unos edificios que no dejan todavía de sorprendernos por sus dimensiones y altura...
El Paleolitico superior.
El Paleolitico superior, entre el 40.000 y el 10.000 antes de Cristo, se caracteriza por la aparición de nuestra especie, denominada Homo sapiens sapiens. Durante este periodo se produce una gran expansión de los glaciares, lo que hace que predomine un clima muy frío que se alternará con etapas templadas. El hombre del Paleolítico inferior vivirá de la caza, la pesca y la recolección. Sus asentamientos, por tanto, estarán situados en lugares donde abunda el alimento, debiendo cambiar de ubicación en función de factores estacionales. Un mayor control sobre los ecosistemas permitirá obtener más alimentos y producirá, por tanto, un aumento de las poblaciones. En la Peninsula Ibérica, el periodo más característico es el Magdaleniense, del que podemos encontrar numerosos yacimientos, especialmente en las áreas cantábrica y mediterránea. El hombre de este periodo alcanza un mayor desarrollo intelectual y simbólico, lo que se refleja en un elaborado arte rupestre, en la práctica de enterrar a los muertos y en la elaboración de útiles y herramientas más trabajadas y específicas. La práctica de la caza requiere ya técnicas más complejas, como la selección de los mejores lugares, la necesidad de establecer asentamientos estacionales, la elaboración de una estrategia o la fabricación de instrumentos para usos concretos en piedra o hueso, como buriles, azagayas o arpones. Un magnífico ejemplar de este último fue hallado en la Cueva del Castillo.
El Paleolítico Inferior, entre el 800.000 y el 80.000 antes de Cristo, es el primer periodo de la Prehistoria, así como el más largo.
El Paleolítico Inferior, entre el 800.000 y el 80.000 antes de Cristo, es el primer periodo de la Prehistoria, así como el más largo. La principal característica es la aparición de los primeros seres humanos, una nueva especie que se caracteriza por aspectos claramente distintivos, como una mayor capacidad craneana, la posibilidad de andar erguido o la facultad de elaborar un lenguaje o fabricar instrumentos, entre otras. Los restos de seres humanos más antiguos se han hallado en el oriente africano, donde se han encontrado fósiles de Australopitecos, de Homo hábilis y Homo erectus, quien se extenderá a otros continentes. Hace 100.000 años, el surgimiento de una nueva especie, el Homo sapiens neanderthalensis, dará inicio a un nuevo periodo, el Paleolítico medio. Durante el Paleolítico Inferior, cada vez se fabrican más y más complejos útiles en piedra. En España, los más antiguos se han hallado en la sierra de Atapuerca, y se relacionan con el Homo antecesor, el primer poblador europeo del que se tiene noticia, datado en unos 800.000 años. Sin embargo, la industria lítica más representada es el achelense, que abarca entre el 500.000 y el 90.000 antes de Cristo. Son muchos los yacimientos del periodo achelense hallados en la península Ibérica, generalmente situados junto a terrazas fluviales o cuevas. Se trata de una industria más desarrollada, con herramientas como bifaces, hendedores y lascas, instrumentos utilizados por el Homo erectus para asegurar su alimentación.
Cueva de Altamira.
Las pinturas de la Cueva de Altamira, uno de los monumentos más impresionantes del arte paleolítico, fueron descubiertas en 1879 por el estudioso cántabro Marcelino Sanz de Sautuola.
En una época en la que la ciencia oficial no admitía la existencia del Arte en el periodo paleolítico, la verdadera importancia de estas pinturas no fue apreciada sino hasta veinte años más tarde, no sin provocar grandes controversias. Sin embargo, la tenacidad de Sautuola y del profesor Vilanova y Piera acabó por vencer el escepticismo de los críticos, que no concebían que los cazadores del Paleolítico pudieran tener un sentido de "lo artístico".
La cueva fue habitada durante los periodos Solutrense y Magdaleniense inferior. Tiene un recorrido complejo de 270 metros y un trazado irregular a través de varias salas, todas ellas con pinturas y grabados paleolíticos, entre los que destaca el techo de los polícromos, considerado por Breuil la Capilla Sixtina del Arte Paleolítico y donde se localizan los famosos bisontes. Las pinturas fueron hechas hace unos 15.000 años, y representan a bisontes, caballos, ciervas, toros, signos y máscaras zoomorfas.
Las pinturas están realizadas con pinturas ocres de origen natural, de color rojo sangre y contornos en negro. En ocasiones, el artista utilizó los salientes de las paredes para dar a las figuras sensación de relieve. En conjunto, se trata de 70 grabados realizados en la roca y cerca de 100 figuras pintadas, en las que merece la pena atender al gran realismo de las imágenes y al excelente uso de la policromía. En definitiva, se puede afirmar que las pinturas de Altamira son el más importante logro de la Humanidad en el periodo paleolítico.
El Neolítico.
Entre el 5.000 y el 3.200 antes de Cristo se desarrolla en la cuenca mediterránea el periodo neolítico. En Oriente Próximo se generarán algunos rasgos culturales que se extenderán hacia Occidente a lo largo de los milenios siguientes. Las principales características del Neolítico se pueden resumir en el surgimiento de la agricultura, la domesticación de animales, el cambio a un modo de vida en poblados permanentes y la invención de la cerámica. No obstante, estos cambios surgen a lo largo de un proceso de miles de años. En la Península ibérica, las primeras comunidades a las que se puede adjudicar una forma de vida neolítica se hallan en la costa mediterránea, ocupando generalmente cuevas elevadas y abrigos naturales. Su medio de subsistencia alternaba la caza y la recolección con el cultivo de cereales y leguminosas, además de la cría de ovejas, cabras y cerdos. La cerámica es uno de los grandes avances, pues permite almacenar y transportar los alimentos. También se puede percibir un desarrollo de las herramientas y las técnicas agrícolas, como la hoz para la siega y el vareo de los frutos. Por último, cabe citar una mayor complejidad en las estructuras sociales y simbólicas, siendo muy frecuentes los asentamientos sedentarios y los enterramientos con ajuar, como el de la Cueva de los Murciélagos de Albuñol, en Granada.
El arte rupestre en la Península Ibérica.-Lucio.
El primer arte de la Humanidad aparece en la etapa de la historia llamada Paleolítico Superior, que comprende entre los 30.000 y los 8.000 años a.C., en números redondos. En esos tiempos existía en Europa un clima rudo, con alternancia de largos milenios de frío húmedo y frío seco, siempre dentro de lo que comúnmente se denomina un período glaciar, y con otras etapas, llamadas interglaciares, de clima menos riguroso y algo más cortas.
Los hombres que habitaron en este periodo vivían de la caza y la recolección y habitaban en cuevas o abrigos rocosos, de forma estacional. En estos lugares desarrollaron un arte, el primero de la Humanidad. Las paredes de las cavernas fueron decoradas con pinturas, al tiempo que realizaron pequeñas esculturas y objetos de arte mueble.
Con un foco principal en la cornisa cantábrica, el arte paleolítico tiene numerosos puntos dispersos en la geografía de la Península Ibérica. En la España cantábrica son más de 60 las cuevas con arte.
El arte rupestre o parietal paleolítico en España fue descubierto por el santanderino Marcelino Sanz de Sautuola que, desde 1875, excavaba en la cueva de Altamira. Otras dos piezas clave en estos descubrimientos fueron el abate Henri Breuil, toda una vida dedicada al arte prehistórico, y Herminio Alcalde del Río.
En el arte parietal hay que distinguir el que se encuentra en el interior de las cavidades del realizado en sus bocas o en abrigos abiertos. La naturaleza de los soportes disponibles condiciona, como es lógico, la realización de las obras. Grabado y pintura, o la combinación de ambos, dominan en el interior de las cuevas.
El repertorio de temas del arte paleolítico se concreta en figuras de animales, figuras humanas -incluidas manos aisladas- y signos de difícil interpretación. Predominan las representaciones de animales, hasta el punto que se ha podido escribir que el arte del Paleolítico es un arte esencialmente animalista. El caballo es el animal más representado; le siguen bisontes, uros, cabras y renos.
A lo largo del último siglo han existido diversas interpretaciones sobre el significado del arte paleolítico, como la de la magia propiciatoria, la de la reproducción animal y humana, la del arte por el arte, la del totemismo, etc. Para los investigadores actuales, quien sostenga solamente una de estas hipótesis se equivoca. Sobre el terreno, en la profundidad de las galerías humanas, ante las figuras milenarias, cada uno se interroga y no sabe por qué teoría inclinarse.
Altamira es el máximo exponente del arte paleolítico español. La llamada Sala de Polícromos alberga una de las mejores colecciones de pintura rupestre del mundo. Esta sala fue considerada por Breuil "la Capilla Sixtina del Arte Paleolítico", pues las figuras se caracterizan por su gran realismo y expresividad...
ANALISIS DEL CUENTO- " LA INSOLACIÓN ".
[...] Veía la monótona llanura del Chaco, con sus alternativas de campo y monte, monte y campo, sin más color que el crema del pasto y el negro del monte [...]
Rima asonante: Chaco, campo, pasto.
"... Veía la monótona llanura del Chaco, con sus alternativas de campo y monte, monte y campo, sin más color que el crema del pasto y el negro del monte..."
Imagen visual
Imagen visual cromática
"... con sus alternativas de campo y monte, monte y campo, sin más color que el crema del pasto y en negro del monte..."
Polisíndeton
Paralelismo
Antítesis: (crema/negro)
El recurso de estilo más importante son las imágenes sensoriales. La concecuencia que se desprende es la abundancia de descripciones.
Patrón de estancia, de familia inglesa o norteamericana. Buen hombre aunque por lo que se observa en el cuento, es solitario, depresivo y bebedor. El autor no da demasiados datos sobre Míster Jones, pero da indicios por los cuales nos damos cuenta que entre otras cosas le agradaban los animales.
Se sienten inquietos ante la posible muerte de su patrón porque este era muy generoso con ellos, los cuidaba y los tenía bien alimentados.
premonitorio, -ria: (lat. prœmonitoriu, que avisa anticipadamente)
adj. Premonitor.
Creo que lo que los perros empiezan a ver premonitoriamente es que al patrón se le acercaba la muerte.
El cuento esta narrado en 3era persona y el punto de vista del narrador es omnisciente, ya que sabe todo, hasta en algunas lineas parce que hubiese estado allí. Tiene una perfecta noción temporo - espacial a la manera de un dios que puede estar en todas partes al mismo tiempo y que no solo conoce el presente sin tambén el pasado y el futuro.
insolación: Malestar o enfermedad interna producida por una exposición excesiva a los rayos solares.
Creo que el autor, llama de esta forma al cuento porque tanto el caballo como Mister Jones mueren de esta enfermedad.
LA INSOLACION.
Los perros pueden ver a la muerte, cuando llega en busca de alguien.
Sobre esta creencia popular, funda Quiroga la base de este cuento excepcional. El lugar: Misiones, en el Noroeste argentino, donde el autor viviera sus mejores años. Un establecimiento de campo y su dueño, mister Jones, un inglés enraizado en esa tierra caliente y hostil. En el lugar, al amparo de su dueño, hay varios perros.
Una mañana tibia, uno de ellos –el más jóven- cree percibir la presencia de míster Jones. Viendo la figura de su patrón, lo hace saber a los otros perros. Éstos, sobresaltados, lo persuaden de su error: no es más que una representación que la muerte arma poco tiempo antes de llegar en procura de algún mortal. Asustados y nerviosos, pasan el tiempo ladrando, en un intento de evitar que la muerte se haga se adueñe del amo.
Hacia el mediodía, míster Jones vá hasta el poblado por una necesidad. Vuelve a pié, cruzando el estero de juncos para ganar tiempo y camino. El sol, implacable, tostando la corteza del suelo, obliga a los hombres y animales a guarecerse a la sombra, so pena de perecer por insolación. La sombra y la ingesta frecuente de agua son, es sabido, imprescindible.
Pero míster Jones avanzaba bajo el calor abrasador sin reparo ninguno. Los perros, a la distancia, lo ven caminar hacia la casa, el paso lento y forzado por la vegetación. De pronto notan la presencia, lejana aún, del otro míster Jones, el que trae consigo la muerte. Camina por el campo, no hacia la casa sino en línea recta al trayecto que describirá el patrón. No hay duda que en un punto lo interceptará. Ladran furiosos los perros, tratando de avisar del peligro. Es inútil: míster Jones sigue con firmeza su camino y, por fin, es alcanzado por el otro, que al toparlo se funde con él en uno solo.
Míster Jones cae fulminado, mientras los perros no detienen sus vanos ladridos.
Pocos días después, un familiar procede a liquidar los bienes, vendiendo la tierra y sus instalaciones.
Los perros, abandonados, enfermos, se convierten en cimarrones y deberán alimentarse robando maíz durante la noche en los campos ajenos.
Rima asonante: Chaco, campo, pasto.
"... Veía la monótona llanura del Chaco, con sus alternativas de campo y monte, monte y campo, sin más color que el crema del pasto y el negro del monte..."
Imagen visual
Imagen visual cromática
"... con sus alternativas de campo y monte, monte y campo, sin más color que el crema del pasto y en negro del monte..."
Polisíndeton
Paralelismo
Antítesis: (crema/negro)
El recurso de estilo más importante son las imágenes sensoriales. La concecuencia que se desprende es la abundancia de descripciones.
Patrón de estancia, de familia inglesa o norteamericana. Buen hombre aunque por lo que se observa en el cuento, es solitario, depresivo y bebedor. El autor no da demasiados datos sobre Míster Jones, pero da indicios por los cuales nos damos cuenta que entre otras cosas le agradaban los animales.
Se sienten inquietos ante la posible muerte de su patrón porque este era muy generoso con ellos, los cuidaba y los tenía bien alimentados.
premonitorio, -ria: (lat. prœmonitoriu, que avisa anticipadamente)
adj. Premonitor.
Creo que lo que los perros empiezan a ver premonitoriamente es que al patrón se le acercaba la muerte.
El cuento esta narrado en 3era persona y el punto de vista del narrador es omnisciente, ya que sabe todo, hasta en algunas lineas parce que hubiese estado allí. Tiene una perfecta noción temporo - espacial a la manera de un dios que puede estar en todas partes al mismo tiempo y que no solo conoce el presente sin tambén el pasado y el futuro.
insolación: Malestar o enfermedad interna producida por una exposición excesiva a los rayos solares.
Creo que el autor, llama de esta forma al cuento porque tanto el caballo como Mister Jones mueren de esta enfermedad.
LA INSOLACION.
Los perros pueden ver a la muerte, cuando llega en busca de alguien.
Sobre esta creencia popular, funda Quiroga la base de este cuento excepcional. El lugar: Misiones, en el Noroeste argentino, donde el autor viviera sus mejores años. Un establecimiento de campo y su dueño, mister Jones, un inglés enraizado en esa tierra caliente y hostil. En el lugar, al amparo de su dueño, hay varios perros.
Una mañana tibia, uno de ellos –el más jóven- cree percibir la presencia de míster Jones. Viendo la figura de su patrón, lo hace saber a los otros perros. Éstos, sobresaltados, lo persuaden de su error: no es más que una representación que la muerte arma poco tiempo antes de llegar en procura de algún mortal. Asustados y nerviosos, pasan el tiempo ladrando, en un intento de evitar que la muerte se haga se adueñe del amo.
Hacia el mediodía, míster Jones vá hasta el poblado por una necesidad. Vuelve a pié, cruzando el estero de juncos para ganar tiempo y camino. El sol, implacable, tostando la corteza del suelo, obliga a los hombres y animales a guarecerse a la sombra, so pena de perecer por insolación. La sombra y la ingesta frecuente de agua son, es sabido, imprescindible.
Pero míster Jones avanzaba bajo el calor abrasador sin reparo ninguno. Los perros, a la distancia, lo ven caminar hacia la casa, el paso lento y forzado por la vegetación. De pronto notan la presencia, lejana aún, del otro míster Jones, el que trae consigo la muerte. Camina por el campo, no hacia la casa sino en línea recta al trayecto que describirá el patrón. No hay duda que en un punto lo interceptará. Ladran furiosos los perros, tratando de avisar del peligro. Es inútil: míster Jones sigue con firmeza su camino y, por fin, es alcanzado por el otro, que al toparlo se funde con él en uno solo.
Míster Jones cae fulminado, mientras los perros no detienen sus vanos ladridos.
Pocos días después, un familiar procede a liquidar los bienes, vendiendo la tierra y sus instalaciones.
Los perros, abandonados, enfermos, se convierten en cimarrones y deberán alimentarse robando maíz durante la noche en los campos ajenos.
Biografía y cuentos de Horacio Quiroga.
El escritor de cuentos de Horacio Quiroga nació en el departamento de Salto en Uruguay en el año 1878 y se convirtió en uno de los grandes autores de la literatura latinoamericana.
Su primer libro de cuentos lo publicó en el año 1917 y fue “cuentos de amor, locura y muerte” destacándose desde allí por su particular narrativa cuentística.
Los cuentos de Horacio Quiroga en ese libro fueron:
- La gallina degollada
- El almohadón de plumas
- A la deriva
- La insolación
- Los mensú
- Yaguaí
Estos increíbles cuentos fueron tema de análisis en reiteradas oportunidades por las dimensiones profundas en las que el autor toca los temas que afectan al ser humano y su entorno.
El siguiente libro de cuentos de Horacio Quiroga lo publicó en el año 1919 y fue enteramente dedicado a su hijo, el libro fue “Cuentos de la Selva”, una de las grandes obras del excelente poeta.
Los cuentos de la Selva son materiales que en la actualidad se siguen usando para la enseñanza primaria tanto en Argentina como en Uruguay, y son una serie de cuentos que se desarrollan en la selva de las Misiones y la provincia del Chaco.
Las historias son sobre los animales y los peligros a los que se enfrentan rodeados de una exuberante vegetación tropical.
Fue autor de grandes cuentos de antología como: El hijo, Los destiladores de naranja, El Hombre Muerto, La Anaconda, La Tortuga gigante entre otros tantos.
El escritor uruguayo murió el 19 de febrero de 1937, siendo la causa de su deceso la ingestión de cianuro, situación ocurrida poco tiempo después de enterarse que padecía cáncer.
Bibliografía y cuentos de Horacio Quiroga
La extensa bibliografía publicada incluye novelas, poesías, obras de teatro y cuentos de Horacio Quiroga:
- Los arrecifes de coral, 1901
- El crimen de otro,1904
- Historia de un amor turbio, 1908
- Cuentos de amor de locura y de muerte, 1917
- Cuentos de la selva, 1919
- El salvaje, 1920
- Las sacrificadas, 1920
- El trípode llamado chengue, 1921
- El desierto, 1924
- Los desterrados,1926
- Pasado amor , 1929
- Suelo natal, 1931
- Más allá, 1935
Un famoso hotel de la ciudad de Salto lleva el nombre de “Horacio Quiroga” en honor a este gran escritor, quizás el personaje más famoso que ha nacido en esta ciudad de Uruguay.
Su primer libro de cuentos lo publicó en el año 1917 y fue “cuentos de amor, locura y muerte” destacándose desde allí por su particular narrativa cuentística.
Los cuentos de Horacio Quiroga en ese libro fueron:
- La gallina degollada
- El almohadón de plumas
- A la deriva
- La insolación
- Los mensú
- Yaguaí
Estos increíbles cuentos fueron tema de análisis en reiteradas oportunidades por las dimensiones profundas en las que el autor toca los temas que afectan al ser humano y su entorno.
El siguiente libro de cuentos de Horacio Quiroga lo publicó en el año 1919 y fue enteramente dedicado a su hijo, el libro fue “Cuentos de la Selva”, una de las grandes obras del excelente poeta.
Los cuentos de la Selva son materiales que en la actualidad se siguen usando para la enseñanza primaria tanto en Argentina como en Uruguay, y son una serie de cuentos que se desarrollan en la selva de las Misiones y la provincia del Chaco.
Las historias son sobre los animales y los peligros a los que se enfrentan rodeados de una exuberante vegetación tropical.
Fue autor de grandes cuentos de antología como: El hijo, Los destiladores de naranja, El Hombre Muerto, La Anaconda, La Tortuga gigante entre otros tantos.
El escritor uruguayo murió el 19 de febrero de 1937, siendo la causa de su deceso la ingestión de cianuro, situación ocurrida poco tiempo después de enterarse que padecía cáncer.
Bibliografía y cuentos de Horacio Quiroga
La extensa bibliografía publicada incluye novelas, poesías, obras de teatro y cuentos de Horacio Quiroga:
- Los arrecifes de coral, 1901
- El crimen de otro,1904
- Historia de un amor turbio, 1908
- Cuentos de amor de locura y de muerte, 1917
- Cuentos de la selva, 1919
- El salvaje, 1920
- Las sacrificadas, 1920
- El trípode llamado chengue, 1921
- El desierto, 1924
- Los desterrados,1926
- Pasado amor , 1929
- Suelo natal, 1931
- Más allá, 1935
Un famoso hotel de la ciudad de Salto lleva el nombre de “Horacio Quiroga” en honor a este gran escritor, quizás el personaje más famoso que ha nacido en esta ciudad de Uruguay.
CUENTO. " LA INSOLACIÓN ".
Horacio Quiroga
LA INSOLACION
El cachorro Old salió por la puerta y atravesó el patio con paso rectoy perezoso. Se detuvo en la linde del pasto, estiró al monte,entrecerrando los ojos, la nariz vibrátil y, se sentó tranquilo. Veíala monótona llanura del Chaco, con sus alternativas de campo y monte,monte y campo, sin más color que el crema del pasto y el negro delmonte. Este cerraba el horizonte, a doscientros metros, por tres ladosde la chacra. Hacia el oeste, el campo se ensanchaba y extendía enabra, pero que la ineludible línea sombría enmarcaba a lo lejos.A esa hora temprana, el confín, ofuscante de luz a mediodía, adquiríareposada nitidez. No había una nube ni un soplo de viento. Bajo lacalma del cielo plateado, el campo emanaba tónica frescura que traíaal alma pensativa, ante la certeza de otro día de seca, melancolías demejor compensado trabajo.Milk, el padre del cachorro, cruzó a su vez el patio y se sentó allado de aquél, con perezoso quejido de bienestar. Permanecíaninmóviles, pues aún no había moscas.Old, que miraba hacía rato la vera del monte, observó:--La mañana es fresca.Milk siguió la mirada del cachorro y quedó con la vista fija,parpadeando distraído. Después de un momento, dijo:--En aquel árbol hay dos halcones.Volvieron la vista indiferente a un buey que pasaba, y continuaronmirando por costumbre las cosas.Entretanto, el oriente comenzaba a empurpurarse en abanico, y elhorizonte había perdido ya su matinal precisión. Milk cruzó las patasdelanteras y sintió leve dolor. Miró sus dedos sin moverse,decidiéndose por fin a olfatearlos. El día anterior se había sacado unpique, y en recuerdo de lo que había sufrido lamió extensamente eldedo enfermo.--No podía caminar--exclamó, en conclusión.Old no entendió a qué se refería. Milk agregó:--Hay muchos piques.Esta vez el cachorro comprendió. Y repuso por su cuenta, después delargo rato:--Hay muchos piques.Callaron de nuevo, convencidos.El sol salió, y en el primer baño de luz, las pavas del monte lanzaronal aire puro el tumultuoso trompeteo de su charanga. Los perros,dorados al sol oblicuo, entornaron los ojos, dulcificando su molicieen beato pestañeo. Poco a poco, la pareja aumentó con la llegada delos otros compañeros: Dick, el taciturno preferido; Prince, cuyo labiosuperior, partido por un coatí, dejaba ver dos dientes, e Isondú, denombre indígena. Los cinco fox-terriers, tendidos y muertos debienestar, durmieron.Al cabo de una hora irguieron la cabeza; por el lado opuesto delbizarro rancho de dos pisos--el inferior de barro y el alto de madera,con corredores y baranda de chalet--habían sentido los pasos de sudueño que bajaba la escalera. Míster Jones, la toalla al hombro, sedetuvo un momento en la esquina del rancho y miró el sol, alto ya.Tenía aún la mirada muerta y el labio pendiente, tras su solitariavelada de whisky, más prolongada que las habituales.Mientras se lavaba, los perros se acercaron y le olfatearon las botas,meneando con pereza el rabo. Como las fieras amaestradas, los perrosconocen el menor indicio de borrachera en su amo. Se alejaron conlentitud a echarse de nuevo al sol. Pero el calor creciente les hizopresto abandonar aquél por la sombra de los corredores.El día avanzaba igual a los precedentes de todo ese mes; seco,límpido, con catorce horas de sol calcinante que parecía mantener enfusión el cielo, y que en un instante resquebrajaba la tierra mojadaen costras blanquecinas. Míster Jones fué a la chacra, miró el trabajodel día anterior y retornó al rancho. En toda esa mañana no hizo nada.Almorzó y subió a dormir la siesta.Los peones volvieron a las dos a la carpición, no obstante la hora defuego, pues los yuyos no dejaban el algodonal. Tras ellos fueron losperros, muy amigos del cultivo, desde que el invierno pasado habíanaprendido a disputar a los halcones los gusanos blancos que levantabael arado. Cada uno se echó bajo un algodonero, acompañando con sujadeo los golpes sordos de la azada.Entretanto el calor crecía. En el paisaje silencioso y enceguecientede sol, el aire vibraba a todos lados, dañando la vista. La tierraremovida exhalaba vaho de horno, que los peones soportaban sobre lacabeza, rodeada hasta los hombros por el flotante pañuelo, con elmutismo de sus trabajos de chacra. Los perros cambiaban de planta, enprocura de más fresca sombra. Tendíanse a lo largo, pero la fatiga losobligaba a sentarse sobre las patas traseras para respirar mejor.Reverberaba ahora delante de ellos un pequeño páramo de greda que nisiquiera se había intentado arar. Allí, el cachorro vió de pronto amíster Jones que lo miraba fijamente, sentado sobre un tronco. Old sepuso en pie, meneando el rabo. Los otros levantáronse también,pero erizados.--Es el patrón,--exclamó el cachorro, sorprendido.--No, no es él,--replicó Dick.Los cuatro perros estaban juntos gruñendo sordamente, sin apartar losojos de míster Jones, que continuaba inmóvil, mirándolos. El cachorro,incrédulo, fué a avanzar, pero Prince le mostró los dientes:--No es él, es la Muerte.El cachorro se erizó de miedo y retrocedió al grupo.--¿Es el patrón muerto?--preguntó ansiosamente. Los otros, sinresponderle, rompieron a ladrar con furia, siempre en actitud demiedoso ataque. Sin moverse, míster Jones se desvaneció en el aireondulante.Al oir los ladridos, los peones habían levantado la vista, sindistinguir nada. Giraron la cabeza para ver si había entrado algúncaballo en la chacra, y se doblaron de nuevo.Los fox-terriers volvieron al paso al rancho. El cachorro, erizadoaún, se adelantaba y retrocedía con cortos trotes nerviosos, y supo dela experiencia de sus compañeros, que cuando una cosa va a morir,aparece antes.--¿Y cómo saben que ese que vimos no era el patrón?--preguntó.--Porque no era él,--le respondieron displicentes.Luego la Muerte, y con ella el cambio de dueño, las miserias, laspatadas, estaba sobre ellos. Pasaron el resto de la tarde al lado desu patrón, sombríos y alerta. Al menor ruido gruñían, sin saberadonde. Míster Jones sentíase satisfecho de su guardiana inquietud.Por fin el sol se hundió tras el negro palmar del arroyo, y en lacalma de la noche plateada, los perros se estacionaron alrededor delrancho, en cuyo piso alto míster Jones recomenzaba su velada dewhisky. A media noche oyeron sus pasos, luego la doble caída de lasbotas en el piso de tablas, y la luz se apagó. Los perros, entonces,sintieron más el próximo cambio de dueño, y solos, al pie de la casadormida, comenzaron a llorar. Lloraban en coro, volcando sus sollozosconvulsivos y secos, como masticados, en un aullido de desolación, quela voz cazadora de Prince sostenía, mientras los otros tomaban elsollozo de nuevo. El cachorro ladraba. Había pasado media hora, y loscuatro perros de edad, agrupados a la luz de la luna, el hocicoextendido e hinchado de lamentos--bien alimentados y acariciados porel dueño que iban a perder--continuaban llorando su doméstica miseria.A la mañana siguiente míster Jones fué él mismo a buscar las mulas ylas unció a la carpidora, trabajando hasta las nueve. No estabasatisfecho, sin embargo. Fuera de que la tierra no había sido nuncabien rastreada, las cuchillas no tenían filo, y con el paso rápido delas mulas, la carpidora saltaba. Volvió con ésta y afiló sus rejas;pero un tornillo en que ya al comprar la máquina había notado unafalla, se rompió al armarla. Mandó un peón al obraje próximo,recomendándole el caballo, un buen animal, pero asoleado. Alzó lacabeza al sol fundente de mediodía e insistió en que no galopara unmomento. Almorzó en seguida y subió. Los perros, que en la mañana nohabían dejado un momento a su patrón, se quedaron en los corredores.La siesta pesaba, agobiaba de luz y silencio. Todo el contorno estababrumoso por las quemazones. Alrededor del rancho, la tierra blanquizcadel patio, deslumbraba por el sol a plomo, parecía deformarse entrémulo hervor, que adormecía los ojos parpadeantes de losfox-terriers.--No ha aparecido más--dijo Milk.Old, al oir _aparecido_, levantó las orejas sobre los ojos.Esta vez el cachorro, incitado por la evocación, se puso en pie yladró, buscando a qué. Al rato el grupo calló, entregado de nuevo a sudefensiva cacería de moscas.--No vino más--dijo Isondú.--Había una lagartija bajo el raigón,--recordó por primera vez Prince.Una gallina, el pico abierto y las alas caídas y apartadas del cuerpo,cruzó el patio incandescente con su pesado trote de calor. Prince lasiguió perezosamente con la vista, y saltó de golpe:--¡Viene otra vez!--gritó.Por el norte del patio avanzaba solo el caballo en que había ido elpeón. Los perros se arquearon sobre las patas, ladrando con prudentefuria a la Muerte que se acercaba. El animal caminaba con la cabezabaja, aparentemente indeciso sobre el rumbo que iba a seguir. Al pasarfrente al rancho dió unos cuantos pasos en dirección al pozo, y sedegradó progresivamente en la cruda luz.Míster Jones bajó; no tenía sueño. Disponíase a proseguir el montajede la carpidora, cuando vió llegar inesperadamente al peón a caballo.A pesar de su orden, tenía que haber galopado para volver a esa hora.Culpólo, con toda su lógica nacional, a lo que el otro respondía conevasivas razones. Apenas libre y concluída su misión, el pobrecaballo, en cuyos ijares era imposible contar el latido, temblóagachando la cabeza, y cayó de costado. Míster Jones mandó al peón ala chacra, aún rebenque en mano, para no echarlo si continuaba oyendosus jesuíticas disculpas.Pero los perros estaban contentos. La Muerte, que buscaba a su patrón,se había conformado con el caballo. Sentíanse alegres, libres depreocupación, y en consecuencia disponíanse a ir a la chacra tras elpeón, cuando oyeron a míster Jones que gritaba a éste, lejos ya,pidiéndole el tornillo. No había tornillo: el almacén estaba cerrado,el encargado dormía, etc. Míster Jones, sin replicar, descolgó sucasco y salió él mismo en busca del utensilio. Resistía el sol como unpeón, y el paseo era maravilloso contra su mal humor.Los perros le acompañaron, pero se detuvieron a la sombra del primeralgarrobo; hacía demasiado calor. Desde allí, firmes en las patas, elceño contraído y atento, lo veían alejarse. Al fin el temor a lasoledad pudo más, y con agobiado trote siguieron tras él.Míster Jones obtuvo su tornillo y volvió. Para acortar distancia,desde luego, evitando la polvorienta curva del camino, marchó en línearecta a su chacra. Llegó al riacho y se internó en el pajonal, eldiluviano pajonal del Saladito, que ha crecido, secado, retoñado desdeque hay paja en el mundo, sin conocer fuego. Las matas, arqueadas enbóveda a la altura del pecho, se entrelazan en bloques macizos. Latarea, seria ya con día fresco, era muy dura a esa hora. Míster Joneslo atravesó, sin embargo, braceando entre la paja restallante ypolvorienta por el barro que dejaban las crecientes, ahogado de fatigay acres vahos de nitratos.Salió por fin y se detuvo en la linde; pero era imposible permanecerquieto bajo ese sol y ese cansancio; marchó de nuevo. Al calorquemante que crecía sin cesar desde tres días atrás, agregábase ahorael sofocamiento del tiempo descompuesto. El cielo estaba blanco y nose sentía un soplo de viento. El aire faltaba, con angustia cardíacaque no permitía concluir la respiración.Míster Jones se convenció de que había traspasado su límite deresistencia. Desde hacía rato le golpeaba en los oídos el latido delas carótidas. Sentíase en el aire, como si de dentro de la cabeza leempujaran violentamente el cráneo hacia arriba. Se mareaba mirando elpasto. Apresuró la marcha para acabar con eso de una vez... y depronto volvió en sí y se halló en distinto paraje: había caminadomedia cuadra, sin darse cuenta de nada. Miró atrás y la cabeza se lefué en un nuevo vértigo.Entretanto, los perros seguían tras él, trotando con toda la lengua defuera. A veces, agotados, deteníanse en la sombra de un espartillo; sesentaban precipitando su jadeo, pero volvían al tormento del sol. Alfin, como la casa estaba ya próxima, apuraron el trote.Fué en ese momento cuando Old, que iba adelante, vió tras el alambradode la chacra a míster Jones, vestido de blanco, que caminaba haciaellos. El cachorro, con súbito recuerdo, volvió la cabeza y confrontó.--¡La Muerte, la Muerte!--aulló.Los otros la habían visto también, y ladraban erizados. Vieron queatravesaba el alambrado, y un instante creyeron que se iba aequivocar; pero al llegar a cien metros se detuvo, miró el grupo consus ojos celestes, y marchó adelante.--¡Que no camine ligero el patrón!--exclamó Prince.--¡Va a tropezar con él!--aullaron todos.En efecto, el otro, tras breve hesitación, había avanzado, pero nodirectamente sobre ellos como antes, sino en línea oblicua y enapariencia errónea, pero que debía llevarlo justo al encuentro demíster Jones. Los perros comprendieron que esta vez todo concluía,porque su patrón continuaba caminando a igual paso como un autómata,sin darse cuenta de nada. El otro llegaba ya. Hundieron el rabo ycorrieron de costado, aullando. Pasó un segundo, y el encuentro seprodujo. Míster Jones se detuvo, giró sobre sí mismo y se desplomó.Los peones, que lo vieron caer, lo llevaron a prisa al rancho, perofué inútil toda el agua; murió sin volver en sí. Míster Moore, suhermano materno, fué de Buenos Aires, estuvo una hora en la chacra yen cuatro días liquidó todo, volviéndose en seguida. Los indios serepartieron los perros que vivieron en adelante flacos y sarnosos, eiban todas las tardes con hambriento sigilo a comer espigas de maíz enlas chacras ajenas.
LA INSOLACION
El cachorro Old salió por la puerta y atravesó el patio con paso rectoy perezoso. Se detuvo en la linde del pasto, estiró al monte,entrecerrando los ojos, la nariz vibrátil y, se sentó tranquilo. Veíala monótona llanura del Chaco, con sus alternativas de campo y monte,monte y campo, sin más color que el crema del pasto y el negro delmonte. Este cerraba el horizonte, a doscientros metros, por tres ladosde la chacra. Hacia el oeste, el campo se ensanchaba y extendía enabra, pero que la ineludible línea sombría enmarcaba a lo lejos.A esa hora temprana, el confín, ofuscante de luz a mediodía, adquiríareposada nitidez. No había una nube ni un soplo de viento. Bajo lacalma del cielo plateado, el campo emanaba tónica frescura que traíaal alma pensativa, ante la certeza de otro día de seca, melancolías demejor compensado trabajo.Milk, el padre del cachorro, cruzó a su vez el patio y se sentó allado de aquél, con perezoso quejido de bienestar. Permanecíaninmóviles, pues aún no había moscas.Old, que miraba hacía rato la vera del monte, observó:--La mañana es fresca.Milk siguió la mirada del cachorro y quedó con la vista fija,parpadeando distraído. Después de un momento, dijo:--En aquel árbol hay dos halcones.Volvieron la vista indiferente a un buey que pasaba, y continuaronmirando por costumbre las cosas.Entretanto, el oriente comenzaba a empurpurarse en abanico, y elhorizonte había perdido ya su matinal precisión. Milk cruzó las patasdelanteras y sintió leve dolor. Miró sus dedos sin moverse,decidiéndose por fin a olfatearlos. El día anterior se había sacado unpique, y en recuerdo de lo que había sufrido lamió extensamente eldedo enfermo.--No podía caminar--exclamó, en conclusión.Old no entendió a qué se refería. Milk agregó:--Hay muchos piques.Esta vez el cachorro comprendió. Y repuso por su cuenta, después delargo rato:--Hay muchos piques.Callaron de nuevo, convencidos.El sol salió, y en el primer baño de luz, las pavas del monte lanzaronal aire puro el tumultuoso trompeteo de su charanga. Los perros,dorados al sol oblicuo, entornaron los ojos, dulcificando su molicieen beato pestañeo. Poco a poco, la pareja aumentó con la llegada delos otros compañeros: Dick, el taciturno preferido; Prince, cuyo labiosuperior, partido por un coatí, dejaba ver dos dientes, e Isondú, denombre indígena. Los cinco fox-terriers, tendidos y muertos debienestar, durmieron.Al cabo de una hora irguieron la cabeza; por el lado opuesto delbizarro rancho de dos pisos--el inferior de barro y el alto de madera,con corredores y baranda de chalet--habían sentido los pasos de sudueño que bajaba la escalera. Míster Jones, la toalla al hombro, sedetuvo un momento en la esquina del rancho y miró el sol, alto ya.Tenía aún la mirada muerta y el labio pendiente, tras su solitariavelada de whisky, más prolongada que las habituales.Mientras se lavaba, los perros se acercaron y le olfatearon las botas,meneando con pereza el rabo. Como las fieras amaestradas, los perrosconocen el menor indicio de borrachera en su amo. Se alejaron conlentitud a echarse de nuevo al sol. Pero el calor creciente les hizopresto abandonar aquél por la sombra de los corredores.El día avanzaba igual a los precedentes de todo ese mes; seco,límpido, con catorce horas de sol calcinante que parecía mantener enfusión el cielo, y que en un instante resquebrajaba la tierra mojadaen costras blanquecinas. Míster Jones fué a la chacra, miró el trabajodel día anterior y retornó al rancho. En toda esa mañana no hizo nada.Almorzó y subió a dormir la siesta.Los peones volvieron a las dos a la carpición, no obstante la hora defuego, pues los yuyos no dejaban el algodonal. Tras ellos fueron losperros, muy amigos del cultivo, desde que el invierno pasado habíanaprendido a disputar a los halcones los gusanos blancos que levantabael arado. Cada uno se echó bajo un algodonero, acompañando con sujadeo los golpes sordos de la azada.Entretanto el calor crecía. En el paisaje silencioso y enceguecientede sol, el aire vibraba a todos lados, dañando la vista. La tierraremovida exhalaba vaho de horno, que los peones soportaban sobre lacabeza, rodeada hasta los hombros por el flotante pañuelo, con elmutismo de sus trabajos de chacra. Los perros cambiaban de planta, enprocura de más fresca sombra. Tendíanse a lo largo, pero la fatiga losobligaba a sentarse sobre las patas traseras para respirar mejor.Reverberaba ahora delante de ellos un pequeño páramo de greda que nisiquiera se había intentado arar. Allí, el cachorro vió de pronto amíster Jones que lo miraba fijamente, sentado sobre un tronco. Old sepuso en pie, meneando el rabo. Los otros levantáronse también,pero erizados.--Es el patrón,--exclamó el cachorro, sorprendido.--No, no es él,--replicó Dick.Los cuatro perros estaban juntos gruñendo sordamente, sin apartar losojos de míster Jones, que continuaba inmóvil, mirándolos. El cachorro,incrédulo, fué a avanzar, pero Prince le mostró los dientes:--No es él, es la Muerte.El cachorro se erizó de miedo y retrocedió al grupo.--¿Es el patrón muerto?--preguntó ansiosamente. Los otros, sinresponderle, rompieron a ladrar con furia, siempre en actitud demiedoso ataque. Sin moverse, míster Jones se desvaneció en el aireondulante.Al oir los ladridos, los peones habían levantado la vista, sindistinguir nada. Giraron la cabeza para ver si había entrado algúncaballo en la chacra, y se doblaron de nuevo.Los fox-terriers volvieron al paso al rancho. El cachorro, erizadoaún, se adelantaba y retrocedía con cortos trotes nerviosos, y supo dela experiencia de sus compañeros, que cuando una cosa va a morir,aparece antes.--¿Y cómo saben que ese que vimos no era el patrón?--preguntó.--Porque no era él,--le respondieron displicentes.Luego la Muerte, y con ella el cambio de dueño, las miserias, laspatadas, estaba sobre ellos. Pasaron el resto de la tarde al lado desu patrón, sombríos y alerta. Al menor ruido gruñían, sin saberadonde. Míster Jones sentíase satisfecho de su guardiana inquietud.Por fin el sol se hundió tras el negro palmar del arroyo, y en lacalma de la noche plateada, los perros se estacionaron alrededor delrancho, en cuyo piso alto míster Jones recomenzaba su velada dewhisky. A media noche oyeron sus pasos, luego la doble caída de lasbotas en el piso de tablas, y la luz se apagó. Los perros, entonces,sintieron más el próximo cambio de dueño, y solos, al pie de la casadormida, comenzaron a llorar. Lloraban en coro, volcando sus sollozosconvulsivos y secos, como masticados, en un aullido de desolación, quela voz cazadora de Prince sostenía, mientras los otros tomaban elsollozo de nuevo. El cachorro ladraba. Había pasado media hora, y loscuatro perros de edad, agrupados a la luz de la luna, el hocicoextendido e hinchado de lamentos--bien alimentados y acariciados porel dueño que iban a perder--continuaban llorando su doméstica miseria.A la mañana siguiente míster Jones fué él mismo a buscar las mulas ylas unció a la carpidora, trabajando hasta las nueve. No estabasatisfecho, sin embargo. Fuera de que la tierra no había sido nuncabien rastreada, las cuchillas no tenían filo, y con el paso rápido delas mulas, la carpidora saltaba. Volvió con ésta y afiló sus rejas;pero un tornillo en que ya al comprar la máquina había notado unafalla, se rompió al armarla. Mandó un peón al obraje próximo,recomendándole el caballo, un buen animal, pero asoleado. Alzó lacabeza al sol fundente de mediodía e insistió en que no galopara unmomento. Almorzó en seguida y subió. Los perros, que en la mañana nohabían dejado un momento a su patrón, se quedaron en los corredores.La siesta pesaba, agobiaba de luz y silencio. Todo el contorno estababrumoso por las quemazones. Alrededor del rancho, la tierra blanquizcadel patio, deslumbraba por el sol a plomo, parecía deformarse entrémulo hervor, que adormecía los ojos parpadeantes de losfox-terriers.--No ha aparecido más--dijo Milk.Old, al oir _aparecido_, levantó las orejas sobre los ojos.Esta vez el cachorro, incitado por la evocación, se puso en pie yladró, buscando a qué. Al rato el grupo calló, entregado de nuevo a sudefensiva cacería de moscas.--No vino más--dijo Isondú.--Había una lagartija bajo el raigón,--recordó por primera vez Prince.Una gallina, el pico abierto y las alas caídas y apartadas del cuerpo,cruzó el patio incandescente con su pesado trote de calor. Prince lasiguió perezosamente con la vista, y saltó de golpe:--¡Viene otra vez!--gritó.Por el norte del patio avanzaba solo el caballo en que había ido elpeón. Los perros se arquearon sobre las patas, ladrando con prudentefuria a la Muerte que se acercaba. El animal caminaba con la cabezabaja, aparentemente indeciso sobre el rumbo que iba a seguir. Al pasarfrente al rancho dió unos cuantos pasos en dirección al pozo, y sedegradó progresivamente en la cruda luz.Míster Jones bajó; no tenía sueño. Disponíase a proseguir el montajede la carpidora, cuando vió llegar inesperadamente al peón a caballo.A pesar de su orden, tenía que haber galopado para volver a esa hora.Culpólo, con toda su lógica nacional, a lo que el otro respondía conevasivas razones. Apenas libre y concluída su misión, el pobrecaballo, en cuyos ijares era imposible contar el latido, temblóagachando la cabeza, y cayó de costado. Míster Jones mandó al peón ala chacra, aún rebenque en mano, para no echarlo si continuaba oyendosus jesuíticas disculpas.Pero los perros estaban contentos. La Muerte, que buscaba a su patrón,se había conformado con el caballo. Sentíanse alegres, libres depreocupación, y en consecuencia disponíanse a ir a la chacra tras elpeón, cuando oyeron a míster Jones que gritaba a éste, lejos ya,pidiéndole el tornillo. No había tornillo: el almacén estaba cerrado,el encargado dormía, etc. Míster Jones, sin replicar, descolgó sucasco y salió él mismo en busca del utensilio. Resistía el sol como unpeón, y el paseo era maravilloso contra su mal humor.Los perros le acompañaron, pero se detuvieron a la sombra del primeralgarrobo; hacía demasiado calor. Desde allí, firmes en las patas, elceño contraído y atento, lo veían alejarse. Al fin el temor a lasoledad pudo más, y con agobiado trote siguieron tras él.Míster Jones obtuvo su tornillo y volvió. Para acortar distancia,desde luego, evitando la polvorienta curva del camino, marchó en línearecta a su chacra. Llegó al riacho y se internó en el pajonal, eldiluviano pajonal del Saladito, que ha crecido, secado, retoñado desdeque hay paja en el mundo, sin conocer fuego. Las matas, arqueadas enbóveda a la altura del pecho, se entrelazan en bloques macizos. Latarea, seria ya con día fresco, era muy dura a esa hora. Míster Joneslo atravesó, sin embargo, braceando entre la paja restallante ypolvorienta por el barro que dejaban las crecientes, ahogado de fatigay acres vahos de nitratos.Salió por fin y se detuvo en la linde; pero era imposible permanecerquieto bajo ese sol y ese cansancio; marchó de nuevo. Al calorquemante que crecía sin cesar desde tres días atrás, agregábase ahorael sofocamiento del tiempo descompuesto. El cielo estaba blanco y nose sentía un soplo de viento. El aire faltaba, con angustia cardíacaque no permitía concluir la respiración.Míster Jones se convenció de que había traspasado su límite deresistencia. Desde hacía rato le golpeaba en los oídos el latido delas carótidas. Sentíase en el aire, como si de dentro de la cabeza leempujaran violentamente el cráneo hacia arriba. Se mareaba mirando elpasto. Apresuró la marcha para acabar con eso de una vez... y depronto volvió en sí y se halló en distinto paraje: había caminadomedia cuadra, sin darse cuenta de nada. Miró atrás y la cabeza se lefué en un nuevo vértigo.Entretanto, los perros seguían tras él, trotando con toda la lengua defuera. A veces, agotados, deteníanse en la sombra de un espartillo; sesentaban precipitando su jadeo, pero volvían al tormento del sol. Alfin, como la casa estaba ya próxima, apuraron el trote.Fué en ese momento cuando Old, que iba adelante, vió tras el alambradode la chacra a míster Jones, vestido de blanco, que caminaba haciaellos. El cachorro, con súbito recuerdo, volvió la cabeza y confrontó.--¡La Muerte, la Muerte!--aulló.Los otros la habían visto también, y ladraban erizados. Vieron queatravesaba el alambrado, y un instante creyeron que se iba aequivocar; pero al llegar a cien metros se detuvo, miró el grupo consus ojos celestes, y marchó adelante.--¡Que no camine ligero el patrón!--exclamó Prince.--¡Va a tropezar con él!--aullaron todos.En efecto, el otro, tras breve hesitación, había avanzado, pero nodirectamente sobre ellos como antes, sino en línea oblicua y enapariencia errónea, pero que debía llevarlo justo al encuentro demíster Jones. Los perros comprendieron que esta vez todo concluía,porque su patrón continuaba caminando a igual paso como un autómata,sin darse cuenta de nada. El otro llegaba ya. Hundieron el rabo ycorrieron de costado, aullando. Pasó un segundo, y el encuentro seprodujo. Míster Jones se detuvo, giró sobre sí mismo y se desplomó.Los peones, que lo vieron caer, lo llevaron a prisa al rancho, perofué inútil toda el agua; murió sin volver en sí. Míster Moore, suhermano materno, fué de Buenos Aires, estuvo una hora en la chacra yen cuatro días liquidó todo, volviéndose en seguida. Los indios serepartieron los perros que vivieron en adelante flacos y sarnosos, eiban todas las tardes con hambriento sigilo a comer espigas de maíz enlas chacras ajenas.
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